Irma Inés Jiménez observa la plaza. Suspira, se esperanza, reclama, denuncia, protesta, reconoce y después reflexiona. Al fondo del paseo público, la calle principal va permutando su aspecto. La construcción del cordón cuneta cambió el paisaje de esa arteria de Estación Aráoz. El pueblo, que nació como estación ferroviaria, creció como comuna. A tal punto que exhibe un diseño urbano más prolijo que Ranchillos y más moderno que Tacanas. “La gente es buena y sana por acá. Hay muchos que aún conservan su pureza chacarera. Esa integridad de la gente de campo, noble, honesta, auténtica y generosa”, comenta Irma, madre de tres hijos, quien nació y se crió en Aráoz. Por eso, a pesar del enorme orgullo que siente por su pueblo, se molesta con el flagelo de la droga, tan propio de las grandes urbes y que ahora también llegó a Estación Aráoz.
Mucho movimiento
“Cuando el tren era importante y constante Aráoz tenía mucho movimiento. Nos visitaba mucha gente y la estación era un sitio de convocatoria. Allá está el edificio de viajeros, al fondo de la plaza, unos metros hacia la izquierda, es decir al noreste. Las de Aráoz y Ranchillos son las únicas estaciones que están bien conservadas. También creo que la de Cevil Pozo. Del resto mas vale ni hablar. En San Miguel la estación fue depredada y en Cruz del Norte, fue dividida por paredes y encerrada. Tanto que quedó aislada dentro de una planta de una conocida minera multinacional”, comenta don Ramón Naranjo.
No obstante Irma sigue feliz porque su pueblo tiene una plaza grande. Hay muchos jóvenes que estudian en el secundario. Pero son ruidosos, encienden los parlantes de sus autos y no perdonan con los ritmos. “Yo todavía voy a buscar a mis hijos a las fiestas. No quiero sorpresas. Tampoco quiero que me mientan y cuando me dicen que están en determinada casa más vale que los encuentre allí”, dice.
Preocupación
A la convocatoria se acerca otra persona mayor. Quizás no sepa mucho de la historia de Aráoz pero si está muy preocupada por el presente comunal. “Es impresionante la cantidad de mujeres niñas y jovencitas solteras embarazadas. No quiero ponerme en moralina. Pero deben saber cuidarse. Un hijo no se trae al mundo por traerlo. Influye en nuestra realización, en nuestros planes y en todo lo que hagamos. Y estos chicos le escapan a esas resposabilidad”, reniega Ana.
Muy pocos saben por que el pueblo se llama Estación Aráoz. Al parecer, todos los argumentos sólo son presunciones. Quizás el que más se aproxima a una tesis coherente es el que dice que en 1808, Aráoz formaba parte de una finca a la cual se conocía con el nombre de Ranchillos. La inmensa propiedad pertenecía al cura Francisco Borja Aráoz, quien por entonces -según consta en el libro “Ciudad arribeña”, de Julio Avila- decidió venderla por $400, como estancia, a don Pedro Lobo.
Banda del Río Salí
La estancia nacía a unas dos leguas al naciente de la hoy ciudad Banda del Río Salí y sus linderos eran: al oriente tierras despobladas y vacas dispersas; al poniente, tierras de los Madrides y Garcías; al sur, tierras de Mancopa (que fueron del cura Miguel Jerónimo Sánchez de La Madrid), y al norte con tierras de don García de La Cruz Alta).
Por eso se la conocía como Aráoz y lo de estación, se sumó a este último vocablo, cuando se inauguró la parada ferroviaria en 1891. Otra tesis vincula el nombre de Aráoz por don Gregorio Segundo Aráoz, quien en 1872 era propietario de un ingenio azucarero en ranchillos y que contaba con cañaverales en la zona. Tan es así que en la actualidad sólo unas 10 familias de las más de 500 que ocupan el casco céntrico cuentan con escrituras, el resto solo poseen boletos de compraventa a nombre de la compañía azucarera de Aráoz, que contaba con un trapiche de hierro movido por mulas.
Ocupado
El edificio de viajeros de Estación Aráoz está ocupado por una familia, que mantiene la construcción en condiciones. No obstante ello, dos veces a la semana el pasajero del NCA (Nuevo Central Argentino) cruza la estación, una de ida a Retiro, Buenos Aires, y otra, de regreso, a San Miguel de Tucumán.
El padre de Muñecas Rodríguez Muñoz, trabajó en la estación Aráoz. En esa época la cuadrilla de Vía y Obras ocupaba a siete peones y contaba con un capataz. “Además, de los administrativos y auxiliares que se desempeñaban en el edificio”, dice.
En la actualidad las señales están rotas. La estación mantiene la vía principal, de trocha ancha, y una auxiliar para prever los posibles cruces de formaciones que pudieran ocurrir. Se observa que los raíles fueron reparados y algunos durmientes se cambiaron, pero los trenes ya no se detienen y el Mixto es un recuerdo.
Ni La Salamanca pudo condenar al olvido el famoso recreo de los Véliz
Hay una esquina de Aráoz donde el tiempo se escondió entre los recovecos del techo y los parantes de un rancho. En esa ochava ubicada al frente de la estación cruzando la primera calle del lugar, en la última década del siglo XIX, don Lindor Véliz y su esposa María organizaban los mejores bailes del lugar. ¡Ni que hablar para el carnaval!, cuentan los paisanos de las inmediaciones.
“La gente se largaba en el Mixto, que paraba en Aráoz. Al igual que El Cordobés. Los mejores conjuntos del NOA y del país tocaban en el recreo de don Lindor.
Después puso el almacén de ramos generales, donde su hijo Jorge solía venderle estufas a los santiagueños y hielo a los montañeses de los nevados. Es que allí se conseguía desde una aguja hasta un auto”, comenta con cierto humor y simpatía, Aureliano Díaz, que un día llegó de Santiago del Estero a Aráoz y se quedó para siempre.
Lo cierto es que los Véliz, parientes de Hugo Ginel, eran una especie de reyes magos del lugar. Como disponían de una propiedad en la capital. No sólo atendían las necesidades alimentarias, caseras y de moda sino también alojaban en su vivienda capitalina a quienes venían de Aráoz, por alguna diligencia a la gran urbe.
Aunque hoy don Lindor y don Jorge ya no están. La esquina se mantiene a pesar del paso implacable del tiempo. No obstante las décadas transcurridas, los recuerdos siguen vigentes. Algunos hasta animan a describir que sienten acordes de guitarras y acordeones cuando pasan por el lugar. Tal vez se confundan con la música de La Salamanca, la peña que hoy copa las paradas milongueras del lugar.